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lunes, 27 de agosto de 2007

Recuerdos Infantiles

Recuerdos Infantiles

All my work is about childhood memories.
CZ
New York 1992

I
No sé exactamente la fecha en que por primera vez vi la lucha libre; creo que fue en 1960 o 1961, cuando yo tenía diez u once años. La veía en blanco y negro, en la televisión, y tenía que hacerlo a escondidas ya que mis padres me lo prohibían por lo fuerte y ruda que era.
Como la transmitían de noche, y a causa de la prohibición paterna, tenía entonces que fingir irme a la cama. Luego a escondidas encendía la TV.
Era fascinante… los rudos y los buenos, los héroes y los villanos, las luchas de máscaras contra cabellera, máscara contra máscara, las batallas campales, la lucha de relevos y sus llaves: La doble Nelson (del Dr. Nelson), los múltiples golpes de puño muy cortitos del Tigrito del Ring; la Patada voladora, el piquete a los ojos, la palanca al brazo, la puesta de espaldas… el cangrejo.

II
Admiraba a estos gladiadores, todos ellos estupendos atletas, acróbatas y actores; ellos eran mis héroes.
Era un placer dibujarlos cuidadosamente, colorearlos con mis lápices “prismacolor” y luego recortarlos para jugar con ellos a las luchas… como muñequitos de papel, durante horas.

III
Los nombres de estos gladiadores llegan a mi mente: el Tigrito del Ring, el Santo (el enmascarado de plata), Blue Demon, Black Shadow, el Gran Lotario, Drak Buffalo, Ray Mendoza, Joao Benfica, Huracán Ramírez, el Dr. Nelson, el Enfermero, el Ciclón Venezolano, el Rayo de Jalisco, Mil Máscaras, el Chiclayano, el Gladiador Croata y el Dragón Chino con sus sustancia Tóxica que untaba en los ojos de sus oponentes y los desesperaba con el ardor.

IV
Comprar cromos de lucha libre, coleccionarlos y llenar álbumes con estas barajitas; leer las revistas que llegaban de México; dibujar y recortar luchadores fueron el inicio de esta afición deportiva. Imágenes que luego aparecerían en muchas de las esculturas y pinturas realizadas por mí en los años ochenta; siempre estaban ahí los luchadores enmascarados… mis héroes y villanos.

V

“Catch as Catch Can” fue un estilo de lucha libre mucho más dinámico, colorido y vistoso; un gran show con escenografía y vestuario, que hizo su aparición en Venezuela con Bassil Batta y el Gran Jacobo, y con ellos el Judío Errante, el Gorila (con máscara peluda), quien llegaba encadenado y enjaulado al ring, conducido por una mujer malvada llamada “La Dama de las Cadenas”.
Bassil Batta aplicaba una presión con sus dedos sobre el vientre y el plexo solar de sus adversarios que llamaba “pinza libanesa” al parecer dolorosísima.

VI
En 1991, en una visita que hice a Ciudad de México, compré en el mercado popular de Sonora, muchas máscaras de lucha libre; réplicas exactas de las que utilizaban los luchadores reales.
Estaba en el mercado de Sonora en México DF, curioseando, viendo tantas y tantas cosas…
En verdad en este mercado hay de todo, puestos y más puestos, kioscos y ventorrillos, en este mercado en el que tú encuentras “TODO” lo que busques y “TODO” lo que quieras o no.
Ahí estaban las palomas blancas más grandes del mundo, las palomas más grandes que he visto en mi vida, palomitas del tamaño de un pavo, palomas del tamaño de un guajolote.
Ahí vendían a todos los animales vivos que quisieras, y toda la cerámica, todas las frutas, juguetes, hiervas, imágenes, verduras y…. mascaras de lucha libre, mascaras de mis héroes infantiles, del Santo el Enmascarado de Plata, de Rayo de Jalisco, del Tigrito del Ring, de Blue Demon, del Gran Lotario… Andaba entonces con Adolfo Patiño, con “El Peyote” comprando juguetes, comprando cosas y comprando mascaras…
Adolfo se compró una bellísima mascara del Mil Mascaras, de ese luchador que se estrenaba una para cada combate.
Yo me compré una de mi héroe infantil, del gran HURACÁN RAMÍREZ…
Era azul cobalto de tela brillante, muy brillante y con los dibujos, con las grecas en plateado y blanco.
No pudimos en verdad resistir la tentación y nos las pusimos, pero nos las pusimos de verdad trenzadas a la nuca, como todo unos luchadores y ya no nos las quitamos mas… y así seguimos recorriendo el mercado luciendo nuestras mascaras puestas.
La gente entonces se acerco a nosotros…
Bueno NO se acercó a nosotros, se acercó a l gran Huracán Ramírez y al gran Mil Mascaras y les pedían a ellos su autógrafo.
En mi caso, YO era Huracán Ramírez y firmé como él, saludé a los niños, cargue en mis brazos a una chiquitina y la hice feliz, bese a las damas, estreché muchas manos y salude a mucha gente…
Caminé hacia el auto, Mil Mascaras caminó a mi lado. Firmábamos uno tras otro autógrafos, cientos de autógrafos, la gente se tomaba fotos con nosotros, con los luchadores populares que tanto querían.
Me senté solo en la parte de atrás del auto, Peyote se sentò al lado del conductor, desde ahí nos despedíamos con un movimiento de manos de la gente, un saludo y un adiós, la gente salía a despedirnos muy feliz de haber tocado a sus héroes…
El auto se alejó lentamente…
El Performance había culminado y nosotros nos sentíamos realizados.
Esta máscara la conservo con cariño, las otras formaron parte de una pieza múltiple titulada “Los 17 Apóstoles” realizada con cabezas de cerámica en tamaño natural, máscaras de lucha libre y bisutería.

VII
¿Qué hace que una persona oculte su rostro detrás de una mascara?
Los luchadores enmascarados (Y las luchadoras también) llevan puestas siempre sus mascaras, aun fuera del ring, aun en su vida privada; se casan con ellas, van de compras con ellas.
Supe que cuando murió el Santo, El Enmascarado de Plata, pidió ser enterrado con su mascara, y la gente hacia colas para ver en su ataúd, por ultima vez, a su héroe enmascarado.


VIII
Tengo gratos recuerdos de cuando mi familia se mudó a una casa frente a la plaza de toros “Arenas de Valencia”.
Tenía yo unos trece años, fue ahí donde pude ver por primera vez en vivo la lucha libre, ya que en esta plaza de toros instalaban un cuadrilátero (ring) para el boxeo y la lucha.
El hijo del administrador de la plaza estudiaba conmigo y era ya un hecho, que el día de las peleas, al salir de la escuela visitáramos el ring, habláramos con los luchadores, les tomáramos fotos y luego nosotros mismos lucháramos sobre el cuadrilátero.
Sentirme luchador, practicar las llaves y encarnar a mis héroes fue importante, ya que ésta fue mi primera aproximación a un combate, teatral pero casi real.

IX
La otra noche a la una de la madrugada llegué a mi apartamento en Nueva York, había cenado y me disponía entonces a ver un poco de televisión antes de dormir.
No hay nada más entretenido que jugar desde la cama a cambiar rápidamente los canales con un control remoto.
De repente, un personaje con una joroba exagerada apareció en la pantalla cubierto con una capucha negra, con un báculo en su mano derecha, la cara pintada de blanco y llevando con una cadena pro el cuello a un hombre cubierto de un largo y rojizo pelaje, garras y dientes fieros, que se contorsionaba salvajemente cual hombre lobo.
Seis monjes encapuchados y con antorchas en sus manos transportaban un ataúd, otros seis hombres cual verdugos con capuchas negras y antorchas cargaban otro ataúd. Al colocar los ataúdes sobre el piso, estos se abrieron repentinamente y de ellos salieron una momia y un monstruo verde. Todos estábamos boquiabiertos, paralizados.
El presentador en smoking anunciaba:
A “Cuasimodo” de la tierra de Toulouse Lautrec
A “Aullido”, mitad hombre, mitad bestia
A “La Momia Azteca”, ruda y cruel
Y a “El Espectro” desde el fondo de las tinieblas
Aquí en la Arena de Morelos…

¿No es esto una maravilla?

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